Platero y él

Platero y él

viernes, 31 de enero de 2014

Mi percepción de Platero

El burrito Platero,
como todos los días,
va de paseo
buscando comida.

Es tan suave,
es tan bonito,
que todo el mundo quiere
tocar al burrito.

Su pelo gris y blanco,
sin más color,
lo cubre como un manto
que brilla como el sol.

Sus ojos oscuros,
grandes y brillantes,
son tan profundos
como lo eran antes.

Con los niños juega,
por el campo corre,
en la hierba se restriega,
las flores se come.

Nosotros lo queremos
porque es cariñoso,
también muy bueno
y muy mimoso.


 Mª Victoria Martí Senise

tengo un amigo



¡TENGO UN AMIGO!

 Acababa de llegar y  estaba  sola, sentada encima del gigantesco colchón al que me costó un montón subirme, esperando que mi abuela hiciera la cena, pensando que no había sido tan buena la idea de venirme a pasar el verano a Revalbos. Aquí no tengo amigos y seguro que me aburriré muchísimo, además ya empezaba a echar de menos a mí mama, a mi hermana…
A punto estaba de echarme a llorar cuando ha aparecido mi abuelo. Al pronto me asuste porque como es tan alto tapó toda la luz y me costó reconocerlo, pero luego se me escapó un suspiro de alivio.
-Chis- me ha dicho poniéndose el dedo en la boca por todo saludo y mirando de reojo hacía afuera donde se oía trajinar a mi abuela- Tengo que enseñarte una cosa. ¡Ven!
Sin pensarlo dos veces me he agarrado a su mano grande y arrugada y he ido tras él, despacito, procurando no hacer ningún ruido como si fuéramos los protagonistas de un cuento de misterio, hasta la parte de atrás de la casa, donde según mi papá, antes, cuando tenían caballos, estaban las cuadras.
A mí, la oscuridad y ese olor como húmedo y caliente, me ha dado un poquillo de mieditis y sin soltarme de la mano, me he apretujado contra mi abuelo hasta sentir  en la cara  sus ásperos pantalones de pana. Él se rio bajito y me dijo que mirara. Pero yo no veía nada, solo oía una especie de ruido como si alguien removiera la paja, que no me hacia ninguna gracia. Hasta que poco a poco fui distinguiendo al fondo una cosa que se movía, que me miraba con unos enormes ojos negros, mientras masticaba tranquilamente un puñado de paja.
¡Es un burrito¡- exclamé muy excitada- abuelo. Es un burrito- le dije tirando de él. Me acerqué con  miedo de espantarle pero no se movió, le acaricié el lomo gris, era suave como de algodón y le rasqué entre las orejas, él resopló agradecido sin dejar de mirarme con los ojos dulces, como de caramelo... el morrillo húmedo y caliente… Me empujó suavemente con la cabeza, como si estuviera encantado de conocerme.
-Quiere jugar- dijo mi abuelo- mañana iremos los tres al huerto, ya verás que bien lo pasamos. Este año no te aburrirás… ya tienes un amigo. Aun no tiene nombre, pónselo tú.

Me puse a pensar a toda prisa sin dejar de mirarlo, todos los nombres que se me ocurrían eran muy tontos o los tenían ya otros burros corrientes, pero este, el mío, era especial, parecía… parecía de plata.
-¡Eso es!- grité- le llamaré PLATERO. ¿Te gusta? Platero, Platero- repetí

Y Platero, movió la cabeza arriba y abajo, como si dijera que si en su idioma mientras lanzaba un suave rebuznillo  de alegría.                                                                                                TOÑY AMORES

la argentinita



Amanece y con los primeros rayos de sol veo a Platero pastando entre flores y césped. En sus ojos vislumbro una auténtica felicidad. Es un día maravilloso, prácticamente sin nubes, con un cielo absolutamente despejado. Camino hacia él y lo cojo de su correa:  juntos vamos a iniciar el paseo matutino de todos los días. Al comenzar la caminata le hablo, le cuento cosas...mis cosas. Se convierte en mi confidente discreto. Observo que me escucha atentamente y en sus ojos encuentro las respuestas a mis preguntas. Al cabo de dos horas regresamos los dos con un dejo de alegría, de satisfacción por las horas compartidas.
Platero, con tu mirada dulce, enternecedora, capaz de cautivar al corazón más resistente: me complace haberte encontrado, me gratifica el haberte conocido.

¡¡Ay Platero!!, mi fiel amigo.
¡¡Qué será de mí cuando me dejes!!
¡¡Qué será de ti cuando me vaya!!

        Patricia Fazio


los chicos y las chicas del gesdós

Los gesdoses de la mañana ensayamos con la novelita

jueves, 30 de enero de 2014

Mundo, mundo

Mundo, mundo, hermoso islote
prisionero de esa estrella
que te trae y te lleva
por entre encajes de luciérnagas.

Cuán fértil: has dado enormes bestias
y diminutas amebas;
crueles tiranos, dulces doncellas;
amores eternos, fugaces refriegas.

Tiernos poetas, asnillos sublimes,
esbirros crueles, matapoetas,
guerras entre hermanos, genocidios atroces,
religiones culpables de feroces guerras.

Y, entre grande cultura, un grácil Platero,
y Juan Ramón Jiménez, "pa que no falte nada".

      Rafael González Marfil


Érase una vez



     Érase una vez un niño llamado Pablo que vivía en una casa muy grande en mitad del campo, y cerca de una loma conocida por todos los lugareños como la Loma del Embrujo. Pablo vivía feliz en aquella casa rodeada de árboles y con un inmenso corral donde solía solazarse Chico, el poni pelirrojo con el que éste jugaba a diario y al que todos cuidaban con gran esmero y dedicación. Al niño le gustaba dar largos paseos por aquellos parajes sentado sobre él, y a Chico, se le podía ver contento y feliz de cargar a todas horas con su amigo preferido. No obstante, sus padres le tenían dicho que no se alejara nunca de la casa pues, todavía era demasiado pequeño y podía perderse o tener algún grave contratiempo.
     Un día que sus padres habían salido de compras a la ciudad, Pablo aprovechó para montar en su poni y marchar lejos, desobedeciéndolos; subió hasta la Loma del Embrujo y se adentró en la espesura de un bosque grandísimo que allí crecía. De pronto, en muy poco tiempo, comenzó a oscurecer, desatándose una fuerte tormenta que le impedía seguir a lomos de su amigo. Estaba asustado. Bajó del poni y ambos se refugiaron detrás de un peñasco protegido por unos matorrales. La tormenta era fortísima y no llevaba camino de cesar. Cuando más asustado estaba, pensando cómo podría salir de allí y el disgusto que daría a sus padres con su tardanza, alguien tocó su hombro, susurrándole al oído: no temas, Pablo, soy una bruja. La bruja Piruja. Pero insisto, no temas, soy una bruja buena, como casi todas las brujas a pesar de nuestra fama; me gusta cantar, me gusta bailar, comer chocolate, jugar al escondite y, como tú, subir en mi poni particular que, como puedes ver, es esta preciosa escoba que además es mágica. Me encanta ayudar a los niños divertidos y traviesos, aunque sé que no eres malo y que cuidas muy bien de tu amigo Chico.
     Cuando parecía que Pablo se tranquilizaba, se escucharon aullidos no muy lejanos que hacían sospechar la presencia de lobos; el niño, temblando, se acercó a Chico y miró suplicante a la bruja Piruja, que le dijo: no te preocupes Pablo, con mi escoba mágica los tocaré y los haré desaparecer en un instante. Así ocurrió y como por arte de magia, cesaron los aullidos. Ahora, dijo la bruja, espera aquí; me acercaré hasta tu casa y con mi señal secreta, avisaré a tus padres sin que éstos me vean y les diré dónde pueden encontrarte.
     En un abrir y cerrar de ojos, la bruja Piruja desapareció subida en su escoba mágica sin que el pequeño la viera nunca más, ni lograra adivinar tampoco, de qué forma avisaría a sus padres sin ser vista, de qué se disfrazaría o qué truco emplearía para no ser reconocida, ya que las brujas Pirujas no eran muy bien vistas por aquellos terrenos.
     Apenas los padres de Pablo salieron a buscarlo, cesó de llover; el cielo dibujó un sol espléndido, y aun no habían comenzado a subir la Loma del Embrujo, cuando apareció Chico con el muchacho a cuestas, pudiendo éste abrazar a sus padres con gran alegría después del susto vivido. Y así fue como el pequeño Pablo comprendió que nunca más debía salir solo a pasear tan alejado de casa, y mucho menos, adentrarse en el misterioso bosque de la Loma.

     Cuando Juan Ramón acabó el cuento, Platero lo miraba embelesado y en su cara de burrito aniñado podía adivinarse una mezcla de susto y alegría por el desenlace final de la historia; acto seguido, miró al cielo, soltó un leve suspiro y se puso a mordisquear tiernas y silvestres florecillas bajo la suave caricia de un sol de media tarde y la mirada complacida del poeta.

    Luis Rivero


UN CONSEJO A PLATERO



Platero eres bondadoso como el paisaje soleado de un día de primavera, generoso como el mejor árbol frutal, obediente como el amanecer, inocente como la sombra de un jilguero; pero inexperto en maldades sibilinas.

Ya tienes algunos años, dentro de poco podrás votar y no deseo que actúes como un burro, muy burro. Por eso, quiero advertirte que en este mundo existen políticos corruptos. Son personajillos con facilidad de verbo que con sus cantos de sirena y promesas hedonistas quieren engañarnos para conseguir sus fines más ruines.

Son campeones de la usura, coleccionistas de pecados, discípulos aventajados de Maquiavelo, compradores de conciencias, vendedores de humo, mercaderes del hambre, contrabandistas de la salud, piratas de la enseñanza, amigos de lo ajeno, enemigos de la caridad, virtuosos del cohecho, artistas de la prevaricación, especuladores parásitos, vampiros de nuestro salario, creadores de necesidades ajenas para lucrarse, fabricantes clandestinos de injusticias que utilizan el nombre de Dios para justificar sus tropelías.

Son esos que usan la expresión "hemos hecho lo que debíamos hacer, como no podía ser de otra manera". Son el cáncer de la democracia, la peste que padece la sociedad y contamina a los pobres infelices, son los que apelan al sacrificio de los demás en su propio beneficio.

Platero, huye de estos predicadores de la mentira y de sus acólitos, si no te quemarás con ellos en el averno y Mefistófeles te cocinará con su tridente en las calderas de Pedro Botero. Escucha a los nobles de corazón, al humilde que se gana la alfalfa igual que tú con el sudor de su frente y gozarás del Bien eterno.

Antonio Cebrián Gil, 17-01-2014

Platero, hoy vamos a viajar a los jueves de merendar



Platero, hoy vamos a viajar a tiempos pasados, donde junto con otros niños, disfrutábamos del campo. He pensado traerte para que tú también puedas saborear tu niñez y juventud comiendo y descansando en esos prados verdes, frescos, románticos por donde has paseado.
Después de llevarte a que San Antonio, que es tu patrón, te bendijera con agua bendita, por cierto que a ti te sabía muy mal, pero te callabas porque te daban unas algarrobas que devorabas en un plís-plás, nos reuníamos con otros niños/as que nos enseñaban sus animalitos y quedábamos para el jueves siguiente, que no teníamos cole.
Nuestras abuelas ese jueves de buena mañana, nos compraban la “pataqueta”, pan especial en forma de luna que todos los hornos de nuestra ciudad lo fabricaban. Nos lo completaban con un huevo y un plátano, que nuestra madre preparaba con habitas tiernas recién hechas; todo esto formaba la merienda de los jueves de merendar. Cogíamos la cuerda de saltar, zapatillas y muchas ganas de jugar y nos desplazábamos a pie, al campo, correteando y cantando para jugar con nuestro amigos/as. La tarde estaba llena de felicidad, nuestras madres jugaban con nosotros y al caer el sol, exhaustos regresábamos a casa esperando que llegara el jueves siguiente.
¿Sabes, Platero, que cada año varían el número de jueves de merendar según la luna? ¡Fíjate si es importante! Esa es la luna mágica que tú, Platero, por la noche, en la sombra del pajar, la observas con esos ojos melancólicos, que a veces te veo y pienso ¿qué pasará por tu dulce cabecita?
Platero, volvemos al tiempo actual, y ¿sabes qué?, ¡nosotros recordando tiempos pasados y hoy siguen celebrándose esos mágicos jueves de merendar! además sólo se celebran aquí en nuestra ciudad, aunque hoy en día las salidas al campo han sido restringidas.
Teresa Peña, 22-01-2014

martes, 28 de enero de 2014

Platero es risueño, tranquilo...

Platero es risueño, tranquilo, su pelo blando de espuma blanca 
jaspeada de gris que se torna pura en su frente como nube cosida
con aguja de abril.

Sus alforjas huelen a nueces, pan de hogaza,
galletas de mantequilla, trigo y jazmín.

¡Anda Platero, anda, que nos vamos al prado por la calle del Albaicín! 
A trotecito lento cuenta las piedras de las callejuelas,
y en un rebozo coqueto se asoma a la fuente del Colorín, rezagado, 
espera a la niña de los ojos negros que desde su ventana 
se le escapa un piropo marinero.

Me subo a su lomo, y al soniquete de cascabeles
cantamos a un tiempo…

¡ Vamos Platero, vamos al campo que está
amaneciendo!

Platero corretea , viene, va, prueba suerte con los tréboles, 
cuenta los besos a la margarita, y de amapolas sangrientas 
se pinta la nariz. 
Juega a la lluvia con la escarcha matinera, recién levantadita, 
a punto de enamorarse de su gracioso linaje… 
tan noble como su estampa, tan rico como su historia, tan lindo 
como su pelo de espuma blanca jaspeada de gris. 
 
          Ana Contreras 
 
 

lunes, 27 de enero de 2014

Un día en la pradera

         

                                                             


                Un día, paseando por un prado cubierto de hierba fresca,
          repleto de florecillas silvestres de muchos colores, divisé a
          lo lejos un borriquillo pequeño, dulce, entrañable precioso,
         que comía tranquilamente de la misma hierba que él
          mismo pisaba; yo le llamé suavemente acariciándole el ho-
          cico, parecía gustarle y sin saber cómo le llamé Platero, que               al parecer aún le gustó más.
                Le invité a pasear conmigo, al momento aparecieron 
          unos niños que al verle quisieron jugar con él, la alegría con-
          tagiaba; el tiempo pasaba, Platero, con sus ojos lánguidos 
          me miraba a ver si lo podía rescatar de aquellos niños in-
          trépidos, tranquilamente le acaricié, le invité a beber un po-
          co de agua fresca y le aparté de aquellos diablillos que ha-
          bían trastornado el manso sosiego que Platero disfrutaba 
          en la pradera.

                       Concha Garcerá Báguena

  
          

domingo, 26 de enero de 2014

Travesura

     ¡Ay Platero, no te has conformado con pacer entre las amapolas, y has osado meterte en un maizal, y tú, burrito, has hecho el "burro" destrozándolo todo, trotando, rebuznando y coceando.
     El dueño no ha dudado, te ha reprendido duramente poniendo el grito en el cielo, y tú, ajeno al estropicio, has salido despavorido a todo galope camino de la mar. ¡Cómo siento no estar en el momento oportuno para poderte calmar! No ha sido difícil encontrar tu refugio, ahí estás, nadando en ese inmenso espacio que es el mar.
        Hoy he soñado esta travesura.
       No es muy habitual encontrar calor humano, las personas huyen de lágrimas y dolor. No se encuentra el hombro en el que apoyarse, ni brazos que cobijen. La sinceridad se oculta detrás de una sonrisa. Por eso, querido Platero, te echo de menos, tenerte en los momentos bajos en ese diálogo sin palabras tan hermoso. Tus ojazos comprensivos, tu presencia de mar en calma, de prados verdes.
     Tú, un animal sin alma, consuelas la mía como ningún humano.
    Hoy he buscado las huellas de tus cascos entre las margaritas, tu imagen rumiando amapolas.
        Ni dibujado en una nube te he podido ver.
      Te encontré en mi corazón, fijo, quieto, ahí siempre dentro de mí.

          Angelita Lloris




















sábado, 25 de enero de 2014

Primer viaje del "Platero" saguntino



Vamos, Platero, hoy que me he levantado con ganas de andar, vamos a visitar un Monasterio muy antiguo que se encuentra en un valle de la Sierra Calderona, y que se llama Santo Espíritu del Monte. Es este un lugar muy querido por mí, desde que era niño. Aunque no está muy lejos, cogeremos la comida, una manta y un gran plástico por si acaso lloviera. ¡Imagínate los dos solos lloviendo en pleno monte, protegidos por un gran paraguas de plástico!... ¡Qué emoción para ambos, creo!... Sé que tienes muchas ganas de caminar. Lo veo cuando me oyes andar por la casa, y tú, desde la improvisada cuadra, me llamas con tu rebuzno o lamento de borrico encerrado.
        Empezamos nuestro primer viaje juntos, caminando por dentro del cauce del río Palancia, entre piedras blancas, limpias, redondeadas por el agua o por el rodar durante muchos años por el fondo del río, cuando baja agua de lluvia. Caminamos, pues, entre piedras y arbustos crecidos entre bajada y bajada. Yo camino delante y le llevo del bozal, buscando el mejor camino para no tropezar, y él, como si tuviera un sexto sentido, sabe librarse de golpear las piedras con tus cuatro patas, cosa que yo, con solo dos, a duras penas lo consigo… Seguimos por el cauce del río, hacia los montes verdes que allá, a los lejos, esperan nuestra llegada, mientras el sol, en lo alto, colorea de blanca espuma las piedras  sobre las que caminamos y el ruido de nuestras pisadas resuenan, en el silencio, como un tambor ancestral misterioso. Bordeamos la ciudad de Sagunto. Sus murallas, después de tantos asaltos, guerras y siglos, todavía siguen, aunque bastantes maltrechas, sobre la loma que protege a la población… Iberos, celtas, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, árabes, judíos, franceses, entre otras culturas, han pasado por aquí y dejado algo de sus pueblos y civilizaciones… Te cuento todo esto para que vayas aprendiendo algo de historia en este viaje…
        Andando, andando, cruzamos la población de Gilet. Pasamos por el lado del patio de un colegio de niños pequeños que habían salido al recreo a jugar. Los niños, entre 3 y 8 años, al ver al burrito, joven, guapo, alegre, se pararon todos de jugar y se quedaron quietos mirándole. Parecía como si hubiera un no sé qué entre ellos por el que se identificaban. Posiblemente era por la edad, me dije. Todos los niños se agolpaban contra la valla…-¡Es un caballo!-gritaban los más pequeños…-¡Es un burro!-corregían los más mayores…
        Los niños de ahora no entienden de caballerías. No ven casi ninguna por la calle. Si fuera de coches, conocen todas las marcas.
        Un niño pequeño empieza a llamarle... ¡Burro! Todos los demás le imitan gritando: ¡Burro, burro, eres un burro!.. Posiblemente muchos de ellos no entiendan lo que quiere significar; pero para mí, todavía me suena como un insulto. Cuando yo era pequeño así se les llamaba a aquellos niños que eran poco aplicados en la escuela. Era tal mi identificación con Platero, que era como si me insultasen a mí.
        Empiezo a andar más deprisa, alejándome de los gritos, mientras hablo con mi compañero de viaje:
        -¡Vamos, Platero, no hagas caso!...-Yo estoy seguro de que él no lo  entiende; pero yo sí, y me molesta…
        Llegamos, por fin, a la entrada del valle, en cuyo fondo se encuentra el Monasterio de Santo Espíritu del Monte, de la orden de los franciscanos.
        Es primavera y el verde penetrante de los pinos que cubren las laderas de los montes de alrededor, en contraste con el cielo azul, y el suave rumor que producen las ramas, mecidas por viento, producen una sensación de paz, de serenidad, de dulzura, de unión emocional completa, entre nosotros, los seres humanos y la propia naturaleza… No sé si Platero sentirá lo mismo; pero él se encuentra más atraído por una mata verdosa y tierna que comienza a mordisquear. ¡Es muy joven todavía! Ya aprenderá a disfrutar de la belleza del entorno…
        Se oyen las campanas del monasterio. Su sonido, al reflejarse en los montes que nos rodean, se trasforma en una profusión de múltiples campanas, que brotan por todas partes y que junto al perfume, el color, el susurro de los pinos, producen una sensación mística, religiosa, celestial… Supongo que a los muy religiosos, todo esto será equivalente a encontrarse con Dios…

                 Miguel Albert Castelló        

Uno de tantos y tantos días



Ya sé,  ya sé que estás triste porque has notado en mí el pesar que todo el día me acompaña.
        ¡Ay si tú hablaras¡ ¿Qué me dirías? Me preguntarías, ¿qué te pasa?, y qué podías hacer por mí.
          No importa que no hables. En tu mirada y en el movimiento de cabeza encuentro tus preguntas.
        En la vida, amigo Platero, te suceden cosas buenas y malas. Cuando te acuerdas de las buenas estás alegre, y cuando te acuerdas de las malas te da tristeza. Hoy es el día que tú has adivinado, que me invade la tristeza.
        Ya sé, ya sé, con tus movimientos de ir y venir al mismo sitio, a mi lado, estás insistiendo en que cambie de actitud, y que estás como siempre dispuesto a ayudarme.
        Venga, vamos a intentarlo.
        Pues bien, oye, hoy se cumple el aniversario de la salida de Colón de este puerto hacia nuevas tierras y para celebrarlo tú y yo nos vamos a ir a la playa a contemplar el mar. El mar, amigo Platero, si lo miras con el corazón convierte la tristeza en alegría.
        Vamos, vamos, que por la hora que es, vas a ver cómo el sol se pone por el Poniente y al incidir sus rayos sobre el agua del mar le dan un colorido rojo que hace que la tierra se junte con el sol y parece que tengas el universo en tus manos. Vamos, vamos y verás también que los rayos del sol son perpendiculares a la superficie del agua y que esta línea perpendicular fue la que siguió Colon hasta llegar al nuevo mundo. 
¿Qué te parece? Ya veo que te has quedado contemplando el mar sin pestañear, hasta que el sol se ha ocultado y las aves que en un principio se veían cruzar por el cielo enrojecido han llegado a las marismas de Doñana, donde trasnochan, junto a la ermita de la Virgen del Rocío a la que todos los días saludan, repicando con sus alas una salve Rociera.
De todas formas, amigo Platero, si te gusta, otro día vendremos por la mañana, al amanecer, y verás cómo los rayos del sol cortan las montañas de Levante del Peñón, dando al mar un colorido marrón semejante al color de estas tierras que da vida a los pueblos y campos de esta preciosa Huelva.
Ya sé, ya sé por el movimiento de tu rabo que notas la alegría en mi semblante.
       
        José Pérez Zamora

Nostalgia



Platero, voy a recordar contigo aquellos  veranos  que pasamos juntos. El pueblo pequeño, el invierno duro, pero llegaba la primavera y con ella el trigo, las amapolas, el espliego y tomillo, y entremedio las abejas para endulzar el camino. ¿Tú recuerdas, Platero, cuando subíamos a la ermita y veíamos todo esto? Hoy la suave brisa con su dulce bamboleo mueve los trigales  como si fuera una cuna, un canto, una nana, un sueño. Platero, vamos caminito a la era, por el camino hay amapolas y sueños de esos segadores que siegan y cantan recuerdos, a ti te ponían la collera y a mí una silla pequeña encima de la trilladora y los dos vueltas y más vueltas a la  era,  yo cantaba y tu hocico relinchaba de alegría. Las jornadas  para ti  y para mí eran cortas, enseguida nos íbamos a jugar  a la plaza con los niños, ellos te tocaban y decían que  eras suave  como las nubes del cielo. ¿Oyes el murmullo de las mujeres? Es que estamos llegando  al lavadero, un poquito más abajo está nuestro rincón,    aquí bebemos, yo en la fuente, tú en el abrevadero, yo cojo   cucharitas con las manos, tú espantas las ranas con el rabo, tus dos luceros brillan como plata fina, qué risas, qué alegría, qué descanso.
Platero, ya hemos terminado nuestros veranos en el pueblo. Yo, mayor; tú, ya viejo, vámonos donde el mar se junta con el cielo, donde dormir es un sueño. 

        Amparo Gómez Calvo

lunes, 20 de enero de 2014

Platero y yo, y la nieve


Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos…
Así te veo siempre, Platero. Como la nieve que veo caer ahora a través de la ventana.
- Mira, está nevando, Platero!! Nunca lo habías visto. Los suaves copos caen lentamente, se posan sobre los rosales desnudos, sobre la tímida hierba.
-Si quieres, salimos a caminar bajo la nieve. Te pongo tus arreos: el bocado y el ronzal y nos vamos. Tus ojos negros me miran sorprendidos. También para mi es nueva esta sensación de caminar sobre la crujiente superficie helada.
-Estás muy gracioso, Platero, con tus orejas agachadas, algo asustado. Los copos de nieve se están posando sobre tu lomo y no sabes si te gusta o no. Estás acostumbrado a caminar sobre la mullida hierba, a oler las florecillas y por eso no lo entiendes.
-Tranquilo, pequeño, volverás a ver los campos floridos, el sol brillar a lo alto y el mar surcado de veleros.
"¿Volvemos a casa?", pareces preguntarme con los ojos muy abiertos y las orejas atentas.  Ahora podrás mirar por la ventana y dejar que los niños te acaricien, se suban en tu lomo te tapen tus ojos de azabache y jueguen contigo al escondite. Mañana se habrá derretido. Será un tierno recuerdo de una mañana invernal.

                   Mercedes Martínez