Vamos, Platero, hoy que me he levantado con ganas de
andar, vamos a visitar un Monasterio muy antiguo que se encuentra en un valle
de la Sierra Calderona,
y que se llama Santo Espíritu del Monte. Es este un lugar muy querido por mí,
desde que era niño. Aunque no está muy lejos, cogeremos la comida, una manta y
un gran plástico por si acaso lloviera. ¡Imagínate los dos solos lloviendo en
pleno monte, protegidos por un gran paraguas de plástico!... ¡Qué emoción para
ambos, creo!... Sé que tienes muchas ganas de caminar. Lo veo cuando me oyes
andar por la casa, y tú, desde la improvisada cuadra, me llamas con tu rebuzno
o lamento de borrico encerrado.
Empezamos
nuestro primer viaje juntos, caminando por dentro del cauce del río Palancia,
entre piedras blancas, limpias, redondeadas por el agua o por el rodar durante
muchos años por el fondo del río, cuando baja agua de lluvia. Caminamos, pues,
entre piedras y arbustos crecidos entre bajada y bajada. Yo camino delante y le
llevo del bozal, buscando el mejor camino para no tropezar, y él, como si
tuviera un sexto sentido, sabe librarse de golpear las piedras con tus cuatro
patas, cosa que yo, con solo dos, a duras penas lo consigo… Seguimos por el
cauce del río, hacia los montes verdes que allá, a los lejos, esperan nuestra
llegada, mientras el sol, en lo alto, colorea de blanca espuma las piedras sobre las que caminamos y el ruido de
nuestras pisadas resuenan, en el silencio, como un tambor ancestral misterioso.
Bordeamos la ciudad de Sagunto. Sus murallas, después de tantos asaltos,
guerras y siglos, todavía siguen, aunque bastantes maltrechas, sobre la loma
que protege a la población… Iberos, celtas, fenicios, griegos, cartagineses,
romanos, árabes, judíos, franceses, entre otras culturas, han pasado por aquí y
dejado algo de sus pueblos y civilizaciones… Te cuento todo esto para que vayas
aprendiendo algo de historia en este viaje…
Andando,
andando, cruzamos la población de Gilet. Pasamos por el lado del patio de un
colegio de niños pequeños que habían salido al recreo a jugar. Los niños, entre
3 y 8 años, al ver al burrito, joven, guapo, alegre, se pararon todos de jugar
y se quedaron quietos mirándole. Parecía como si hubiera un no sé qué entre
ellos por el que se identificaban. Posiblemente era por la edad, me dije. Todos
los niños se agolpaban contra la valla…-¡Es un caballo!-gritaban los más
pequeños…-¡Es un burro!-corregían los más mayores…
Los niños de
ahora no entienden de caballerías. No ven casi ninguna por la calle. Si fuera
de coches, conocen todas las marcas.
Un niño
pequeño empieza a llamarle... ¡Burro! Todos los demás le imitan gritando:
¡Burro, burro, eres un burro!.. Posiblemente muchos de ellos no entiendan lo
que quiere significar; pero para mí, todavía me suena como un insulto. Cuando
yo era pequeño así se les llamaba a aquellos niños que eran poco aplicados en
la escuela. Era tal mi identificación con Platero, que era como si me
insultasen a mí.
Empiezo a
andar más deprisa, alejándome de los gritos, mientras hablo con mi compañero de
viaje:
-¡Vamos,
Platero, no hagas caso!...-Yo estoy seguro de que él no lo entiende; pero yo sí, y me molesta…
Llegamos,
por fin, a la entrada del valle, en cuyo fondo se encuentra el Monasterio de
Santo Espíritu del Monte, de la orden de los franciscanos.
Es primavera
y el verde penetrante de los pinos que cubren las laderas de los montes de
alrededor, en contraste con el cielo azul, y el suave rumor que producen las
ramas, mecidas por viento, producen una sensación de paz, de serenidad, de
dulzura, de unión emocional completa, entre nosotros, los seres humanos y la
propia naturaleza… No sé si Platero sentirá lo mismo; pero él se encuentra más
atraído por una mata verdosa y tierna que comienza a mordisquear. ¡Es muy joven
todavía! Ya aprenderá a disfrutar de la belleza del entorno…
Se oyen las
campanas del monasterio. Su sonido, al reflejarse en los montes que nos rodean,
se trasforma en una profusión de múltiples campanas, que brotan por todas
partes y que junto al perfume, el color, el susurro de los pinos, producen una
sensación mística, religiosa, celestial… Supongo que a los muy religiosos, todo
esto será equivalente a encontrarse con Dios…
Miguel
Albert Castelló