¡TENGO UN AMIGO!
Acababa de llegar y estaba sola, sentada encima del gigantesco colchón al
que me costó un montón subirme, esperando que mi abuela hiciera la cena,
pensando que no había sido tan buena la idea de venirme a pasar el verano a
Revalbos. Aquí no tengo amigos y seguro que me aburriré muchísimo, además ya
empezaba a echar de menos a mí mama, a mi hermana…
A punto estaba de echarme a llorar cuando ha aparecido mi abuelo. Al pronto
me asuste porque como es tan alto tapó toda la luz y me costó reconocerlo, pero
luego se me escapó un suspiro de alivio.
-Chis- me
ha dicho poniéndose el dedo en la boca por todo saludo y mirando de reojo hacía
afuera donde se oía trajinar a mi abuela- Tengo que enseñarte una cosa. ¡Ven!
Sin pensarlo dos veces me he agarrado a su mano grande y arrugada y he
ido tras él, despacito, procurando no hacer ningún ruido como si fuéramos los
protagonistas de un cuento de misterio, hasta la parte de atrás de la casa,
donde según mi papá, antes, cuando tenían caballos, estaban las cuadras.
A mí, la oscuridad y ese olor como húmedo y caliente, me ha dado un
poquillo de mieditis y sin soltarme de la mano, me he apretujado contra mi
abuelo hasta sentir en la cara sus ásperos pantalones de pana. Él se rio
bajito y me dijo que mirara. Pero yo no veía nada, solo oía una especie de
ruido como si alguien removiera la paja, que no me hacia ninguna gracia. Hasta que
poco a poco fui distinguiendo al fondo una cosa que se movía, que me miraba con
unos enormes ojos negros, mientras masticaba tranquilamente un puñado de paja.
¡Es un burrito¡- exclamé muy excitada- abuelo. Es un burrito- le dije
tirando de él. Me acerqué con miedo de
espantarle pero no se movió, le acaricié el lomo gris, era suave como de
algodón y le rasqué entre las orejas, él resopló agradecido sin dejar de
mirarme con los ojos dulces, como de caramelo... el morrillo húmedo y caliente…
Me empujó suavemente con la cabeza, como si estuviera encantado de conocerme.
-Quiere jugar-
dijo mi abuelo- mañana iremos los tres al huerto, ya verás que bien lo pasamos.
Este año no te aburrirás… ya tienes un amigo. Aun no tiene nombre, pónselo tú.
Me puse a pensar a toda prisa sin dejar de mirarlo, todos los nombres
que se me ocurrían eran muy tontos o los tenían ya otros burros corrientes,
pero este, el mío, era especial, parecía… parecía de plata.
-¡Eso es!- grité- le llamaré PLATERO. ¿Te gusta? Platero, Platero-
repetí
Y
Platero, movió la cabeza arriba y abajo, como si dijera que si en su idioma
mientras lanzaba un suave rebuznillo de alegría. TOÑY AMORES
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