Platero, voy a recordar contigo
aquellos veranos que pasamos juntos. El pueblo pequeño, el
invierno duro, pero llegaba la primavera y con ella el trigo, las amapolas, el
espliego y tomillo, y entremedio las abejas para endulzar el camino. ¿Tú
recuerdas, Platero, cuando subíamos a la ermita y veíamos todo esto? Hoy la suave
brisa con su dulce bamboleo mueve los trigales
como si fuera una cuna, un canto, una nana, un sueño. Platero, vamos
caminito a la era, por el camino hay amapolas y sueños de esos segadores que siegan
y cantan recuerdos, a ti te ponían la collera y a mí una silla pequeña encima
de la trilladora y los dos vueltas y más vueltas a la era,
yo cantaba y tu hocico relinchaba de alegría. Las jornadas para ti
y para mí eran cortas, enseguida nos íbamos a jugar a la plaza con los niños, ellos te tocaban y
decían que eras suave como las nubes del cielo. ¿Oyes el murmullo
de las mujeres? Es que estamos llegando
al lavadero, un poquito más abajo está nuestro rincón, aquí bebemos, yo en la fuente, tú en el
abrevadero, yo cojo cucharitas con las manos,
tú espantas las ranas con el rabo, tus dos luceros brillan como plata fina, qué
risas, qué alegría, qué descanso.
Platero, ya hemos terminado
nuestros veranos en el pueblo. Yo, mayor; tú, ya viejo, vámonos donde el mar se
junta con el cielo, donde dormir es un sueño.
Amparo Gómez
Calvo
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