Platero y él

Platero y él

sábado, 25 de enero de 2014

Primer viaje del "Platero" saguntino



Vamos, Platero, hoy que me he levantado con ganas de andar, vamos a visitar un Monasterio muy antiguo que se encuentra en un valle de la Sierra Calderona, y que se llama Santo Espíritu del Monte. Es este un lugar muy querido por mí, desde que era niño. Aunque no está muy lejos, cogeremos la comida, una manta y un gran plástico por si acaso lloviera. ¡Imagínate los dos solos lloviendo en pleno monte, protegidos por un gran paraguas de plástico!... ¡Qué emoción para ambos, creo!... Sé que tienes muchas ganas de caminar. Lo veo cuando me oyes andar por la casa, y tú, desde la improvisada cuadra, me llamas con tu rebuzno o lamento de borrico encerrado.
        Empezamos nuestro primer viaje juntos, caminando por dentro del cauce del río Palancia, entre piedras blancas, limpias, redondeadas por el agua o por el rodar durante muchos años por el fondo del río, cuando baja agua de lluvia. Caminamos, pues, entre piedras y arbustos crecidos entre bajada y bajada. Yo camino delante y le llevo del bozal, buscando el mejor camino para no tropezar, y él, como si tuviera un sexto sentido, sabe librarse de golpear las piedras con tus cuatro patas, cosa que yo, con solo dos, a duras penas lo consigo… Seguimos por el cauce del río, hacia los montes verdes que allá, a los lejos, esperan nuestra llegada, mientras el sol, en lo alto, colorea de blanca espuma las piedras  sobre las que caminamos y el ruido de nuestras pisadas resuenan, en el silencio, como un tambor ancestral misterioso. Bordeamos la ciudad de Sagunto. Sus murallas, después de tantos asaltos, guerras y siglos, todavía siguen, aunque bastantes maltrechas, sobre la loma que protege a la población… Iberos, celtas, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, árabes, judíos, franceses, entre otras culturas, han pasado por aquí y dejado algo de sus pueblos y civilizaciones… Te cuento todo esto para que vayas aprendiendo algo de historia en este viaje…
        Andando, andando, cruzamos la población de Gilet. Pasamos por el lado del patio de un colegio de niños pequeños que habían salido al recreo a jugar. Los niños, entre 3 y 8 años, al ver al burrito, joven, guapo, alegre, se pararon todos de jugar y se quedaron quietos mirándole. Parecía como si hubiera un no sé qué entre ellos por el que se identificaban. Posiblemente era por la edad, me dije. Todos los niños se agolpaban contra la valla…-¡Es un caballo!-gritaban los más pequeños…-¡Es un burro!-corregían los más mayores…
        Los niños de ahora no entienden de caballerías. No ven casi ninguna por la calle. Si fuera de coches, conocen todas las marcas.
        Un niño pequeño empieza a llamarle... ¡Burro! Todos los demás le imitan gritando: ¡Burro, burro, eres un burro!.. Posiblemente muchos de ellos no entiendan lo que quiere significar; pero para mí, todavía me suena como un insulto. Cuando yo era pequeño así se les llamaba a aquellos niños que eran poco aplicados en la escuela. Era tal mi identificación con Platero, que era como si me insultasen a mí.
        Empiezo a andar más deprisa, alejándome de los gritos, mientras hablo con mi compañero de viaje:
        -¡Vamos, Platero, no hagas caso!...-Yo estoy seguro de que él no lo  entiende; pero yo sí, y me molesta…
        Llegamos, por fin, a la entrada del valle, en cuyo fondo se encuentra el Monasterio de Santo Espíritu del Monte, de la orden de los franciscanos.
        Es primavera y el verde penetrante de los pinos que cubren las laderas de los montes de alrededor, en contraste con el cielo azul, y el suave rumor que producen las ramas, mecidas por viento, producen una sensación de paz, de serenidad, de dulzura, de unión emocional completa, entre nosotros, los seres humanos y la propia naturaleza… No sé si Platero sentirá lo mismo; pero él se encuentra más atraído por una mata verdosa y tierna que comienza a mordisquear. ¡Es muy joven todavía! Ya aprenderá a disfrutar de la belleza del entorno…
        Se oyen las campanas del monasterio. Su sonido, al reflejarse en los montes que nos rodean, se trasforma en una profusión de múltiples campanas, que brotan por todas partes y que junto al perfume, el color, el susurro de los pinos, producen una sensación mística, religiosa, celestial… Supongo que a los muy religiosos, todo esto será equivalente a encontrarse con Dios…

                 Miguel Albert Castelló        

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