De pequeña mi ilusión era que me compraran un borriquito para criarlo
yo.
Le cogí tanto cariño que me lo llevaba a todos los sitios. Nosotros
teníamos un huerto con mucha hierba para que comiera, y cuando no quedaba más
hierba él arrimaba el hocico al suelo y se comía las flores que nacían en el
suelo. Las había de todos los colores, yo me enfadaba y le reñía pero él me
miraba con cara de lastima y a mí luego me penaba, así que lo abrazaba con
mucho amor, le pasaba la mano por todo el cuerpo que parecía de terciopelo. Sus
ojos brillaban como luceros. ¡Qué guapo era mi borriquillo Platero!
Los años pasaban, se le notaba en el brillo de los ojos, a mí también
por supuesto. Ya no teníamos ganas de juegos. Un día que me levanté temprano,
fui a verle, y mi sorpresa fue grande al ver que mi amigo Platero estaba
muerto. Lloré como nunca había llorado y cada vez que lo recuerdo vuelvo a
llorar.
Amparo Giménez
No hay comentarios:
Publicar un comentario