Platero y él

Platero y él

miércoles, 5 de febrero de 2014

Platero en la playa



        Cuando llegamos cerca del mar, Platero se detuvo. Lo miraba con inquietud y curiosidad… Estuvimos quietos unos minutos. El sol se iba y venía, y el color del agua cambiaba continuamente de tonalidad. Unas veces era azul, otras era verde, otras era gris, y otras, debido al reflejo del sol, se cubría de chispeantes perlas de plata y oro. Allá, a lo lejos, el mar desaparecía al juntarse con el cielo punteado de nubes.
                 Empezamos a caminar por la playa cerca del agua, pero sin tocarla. Platero aprendió a caminar por la arena después de comprobar que sus patas se hundían,    pero que se podía caminar perfectamente. Al poco se acercó al agua y mojó su boca con ella… ¡Aquella agua no era buena para beber!... Supongo que él, aunque fuese muy joven, lo dedujo rápidamente. Los instintos animales son tan sensibles como los nuestros o, a veces, mejores.
                 Íbamos caminando tranquilamente por la orilla totalmente solitaria. Platero al dejarle más cuerda, se sentía libre y correteaba alegre a mi alrededor, sintiéndose alegre y feliz.
                 A lo lejos, por la playa de Almardá vi que se acercaban tres caballos con sus jinetes, trotando sobre la arena. Me asustó un poco, y me preparé para la reacción que podría tener Platero cuando se cruzara con nosotros.
                 Platero iba mirando  la arena por donde pisaba y el agua próxima que pasaba, a veces, entre sus patas. Llegó un momento que levantó su cabeza, tal vez atraído por  el ruido de las pisadas de los caballos, miró aquel grupo que se acercaba, y se detuvo en el acto. Se acercó a mí tembloroso, como buscando protección… Al cruzar cerca de nosotros los tres caballos, grandes, erguidos, soplando con fuerza, se les quedó mirando, entre asustado, asombrado, empequeñecido ante tal muestra de fortaleza y bravura… Traté, por mi parte de imaginarme los pensamientos de Platero al ver aquellos animales tan enormes y con tanta fuerza, comparándolos con él, tan pequeño, dócil y delicado…
                 Al poco, Platero, volvió a ser el de siempre. Seguimos con nuestro paseo; yo caminando y el correteando por la orilla del mar, como si nada hubiese ocurrido.
                
                                          Miguel Albert   24 de Enero de 2014

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