Todos
tenemos algo que nos ha acompañado desde la niñez, algunos han pasado su
infancia con su perro Pancho, con su conejito Tambor, con su canario Piolín o
con su Tortuga Donatello. Muchos han tenido un amuleto consigo, una
virgen de cristal, una cruz de madera o un elefante de marfil.
Yo tengo
un burrito, marrón y peludito. Sus ojos marrón oscuro, y sus dientes de un
blanco perfecto. Lo encontramos en una casa abandonada en el campo, estaba
solitario y muy hambriento. Yo tenía 3 años, apenas lo puedo recordar, pero
acabó a mi lado, mi querido Platero, así es como lo llamé.
Platero
vive a mi lado, yo vivo junto a él. Mamá me enseñó a bañarlo al aire libre en verano,
lo enjabonaba con mis manitas y lo duchaba con la manguera -¡No le des el agua
muy fuerte!- gritaba mamá desde la casa, y yo quitaba fuerza girando la palanca
del surtidor. Nos poníamos al sol durante largo rato, solía secar rápido, pero
si no hacía buen día podríamos pasar horas y horas sin poder jugar porque
cuando lo abrazaba seguía mojándome la ropa.
Él me
observaba mientras jugaba por el jardín, corría junto a él rodeando la casa y
saltábamos juntos a la comba. -Platero es genial!- pensaba siempre para mí mismo.
En el
colegio se reían cuando decía que tenía un burrito de mascota, para mí era
mucho mejor que un perro o un gato, las mascotas de mis amigos se escapaban a
menudo, sin embargo, Platero jamás me abandonó.
En
invierno me acurrucaba a su lado, junto a la chimenea, lo abrazaba fuerte, muy
fuerte, y nos quedábamos dormidos. Papá cogía una manta y nos tapaba. Da tanto
calorcillo que me quedaba frito en segundos.
Un día,
mientras jugábamos juntos, saltando unas piedras apiladas, Platero tropezó y se
fue de bruces. Se pudo escuchar un golpe y volví atrás a salvarlo, el burrito
estaba tumbado de lado, al caer se había golpeado fuerte en la barriga y se
había hecho una brecha. No se movía, se le notaba muy enfermo, llamé a mamá y a
papá, lo recogieron con delicadeza y lo llevaron a la casa. Mi padre me sentó
en la mecedora y me dijo -No te preocupes, mamá va a curar a Platero, tú
cuéntame qué ha pasado, esperaremos aquí a que mamá termine y lo dejaremos
descansar.- Al cabo de un buen rato mamá salió de la habitación y nos dijo que
Platero ya estaba curado, pero que necesitaba estar tranquilito. Estaba feliz
de que mi madre lo hubiese sanado, no podría vivir sin mi pequeño burro.
Esa es
la historia de los recuerdos de Platero con mi niñez, incluso hoy en día
Platero sigue siendo mi amigo inseparable, juega con mi hija, la hace reír sin
descanso, la mira con ojos dulces y le gusta que ella lo acaricie. Él está
encantado, los dos lo mimamos muchísimo, nunca me he separado de él, y él nunca
ha pensado en irse de mi lado, ahora tampoco se irá del lado de mi familia.
Las
mascotas de mis amigos fallecieron hace tiempo, sus vidas no son tan largas
como la nuestra, sin embargo, Platero jamás fallecerá, no puede irse al cielo,
sus ojos no se cerrarán jamás.
Mi
mascota no tiene un corazón físico, ni huesos, tan sólo algodón y tela. Platero
es un muñeco, un muñeco único, yo lo elegí y él me eligió, es por eso que somos
inseparables.
Iván Forner Prado GES2 TARDE
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