Un día, se me ocurrió sacar a Platero a pasear por el Puerto
de Sagunto, y, mientras andábamos por la
avenida pensé: - ¿y si llevo a Platero a la playa? ¿Le gustará correr por la
arena y chapotear en el agua? Pues, dicho y hecho, nos encaminamos hacia la
playa.
Por el camino la gente nos señalaba. - ¡Mira, mamá, un burro!
Decían algunos niños. - ¡Se llama Platero! ¿Te gusta? Les contestaba yo para
que se acercaran a tocarlo. Los coches tocaban el claxon a nuestro paso y todo
el mundo alucinaba al verme con el burro por la avenida.
A la altura del estadio Fornás me encontré con un conocido. -
Pero Iván, ¿Dónde vas con ese burro? - Se llama Platero, me lo llevo a jugar a
la playa. - Pero si no es un perro, es un burro. - Será un burro pero es mi
amigo. - ¿ahora tienes amigos burros? Iván, vas de mal en peor, háztelo mirar.
No le quise ni contestar, simplemente seguí mi camino sin
prestar atención a lo que me decía. Me ceñí a aquel refrán que dice: A palabras
necias, oídos sordos. Y así, con sordera repentina continuamos nuestra
caminata.
Después de un buen trecho, llegamos hasta la playa, y al
entrar en la arena, fue como si Platero se hubiese quedado clavado. Era la
primera vez que pisaba la playa, y al parecer, el tacto de la arena en sus
pezuñas lo pilló completamente desprevenido. No andaba, ni adelante ni atrás. ¡Vamos
Platero! Le decía yo mientras le empujaba por detrás. Viendo que esa no iba a
ser la mejor solución, me puse delante de él, me agache y cogí un puñado de
arena, y mientras la dejaba caer de mi mano le dije: - ¿Ves, Platerito? No pasa
nada, solo es arena. Parece que aquello le convenció más que mis empujones y
comenzó a moverse tímidamente unos pasos, hasta que al fin, arrancó y pudimos
seguir andando con normalidad.
Mientras andábamos por la arena, yo ya iba pensando en lo que
podía ocurrir cuando Platero viera el agua. ¿Se quedará sorprendido?
Efectivamente, en el momento en que Platero vio el agua, y todo lo grande que es
el mar, se volvió a quedar quieto de repente, esta vez con los ojos como platos
y las orejas totalmente erguidas. Y no es para menos, pues era la primera vez
que Platero veía el inmenso mar.
Yo salí corriendo mientras me quitaba la camiseta, una zapatilla
por aquí y la otra por allá y me zambullí en el agua. –Vamos Platero, está muy
fresquita. Platero reaccionó, dobló una oreja y unos segundos después comenzó a
caminar hacia la orilla, al llegar, el vaivén de las olas lo tenía completamente
hipnotizado. Se metía con cautela en el agua, como si le fuera a morder, hasta
que una ola traicionera lo mojó por completo. Yo no pude contenerme y comencé a
reír a carcajadas, al parecer, Platero se dio cuenta, y me miró con sus redondos ojos negros y sus grandes orejas
de punta, salió corriendo hacia mí y comenzamos a jugar chapoteando en el agua.
Al final, resultó que a Platero le gustó el mar y su agua salada, y juntos,
pasamos una tarde maravillosa en la playa.
IVÁN ALCALÁ PALACIOS
GESIINIT
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