Platero y él

Platero y él

martes, 18 de febrero de 2014

Platero y yo







SHEILA LIEBANA PORRERO

16/02/2014





El amor hacia un amigo es más grande que todo el universo junto


                                     
                          
  Platero y yo

 Todo esto me  sucedió siendo yo pequeña.

Desde que recuerdo siempre me paso todos los veranos en el pueblo (Ferreal del Bernesga) junto a mis bisabuelos, Kiko y Margarita.

Una de las hermanas de mi bisabuela, a la que yo llamaba tía Tilbina, tenía vacas, ovejas, gallinas, conejos y un burro llamado Platero.

La verdad es que ni mis bisabuelos ni mis tíos me dejaban acercarme a él, ya que mi tío Tomás llevaba años intentando montarlo sin poder conseguirlo, y además, pegaba muchas coces a todo aquel  que se le acercaba.

Un día que todos estaban de celebración en la casa, y no estaban tan pendientes de mí, decidí salir a la cuadra, e ir a ver a los animales, me encantaba hacerlo, pero los mayores me lo tenían prohibido a no ser que fuera en compañía de alguno de ellos.

Me puse primero a ver a los conejos, en sus conejeras, son muy divertidos por que los más pequeños no paran de pegar saltitos, y acercarse a la reja como si te estuviera pidiendo que les des zanahorias o les abras la puerta para salir a jugar contigo.   

Mis tíos a las vacas les dejaban las luces encendidas durante todo el día, y además les ponían música, según me explicaron,  eso es para que las vacas den más y mejor leche. Ya que las tienen todo el día conectadas a unas ordeñadoras automáticas. Pero los domingos y sin que mi tía se enterara, mi tío me dejaba ordeñarlas a mano, eso sí que me gustaba.

 De repente noté un pequeño golpe en la espalda, y al girarme me di cuenta que quien me había empujado era Platero, el burro de mis tíos, primero me asusté, ya que lo había visto muchas veces pegando coces y rebuznando como un loco a mi tío, pero esta vez estaba tranquilo, y su mirada era me parecía triste.

Empecé a estirar la mano pero despacio, primero por miedo a que me mordiera y segundo por si lo asustaba. Pero no fue  así, bajo la cabeza y dando un paso se acerco a mí, era la primera vez que había podido acariciarlo, era una sensación muy agradable, tanto que la emoción y los nervios me hicieron llorar.

Poco a poco comencé a acariciarle el lomo, y a abrazarlo con las dos manos. Después de un rato, de pensarlo decidí que quizás se dejara montar.

Mientras Platero me miraba, yo comencé a colocar cajas una encima de otra, en forma de escalera, para así poderme subir en su lomo, mientras hacía todo esto no paraba de hablarle a Platero.

¡Platero, creo que ya es hora que te dejes montar, porque no sé si te has dado cuenta de que eres un  burro, y todos los burros como tú, dejan a sus amos subirse a ellos, y otras veces, Platero lo que hacen es llevan cosas, como sacos de trigo, o incluso las lecheras llenas de leche!

¡Mira, Platero, estas cajas que he colocado aquí son para poder subirme a tu lomo, pero te tienes que estar muy quieto, porque si no me puedo caer, ¿verdad que me has entendido, Platero?

Comencé a subir primero a las cajas y cuando estuve en la más alta, primero me cogí con las dos manos al cuello de Platero, y después poco a poco pase una pierna por encima de su lomo, por fin lo había conseguido estaba montando a Platero, el burro de mi tío, estaba muy contenta, ya que nadie antes lo había conseguido.

Después de un rato estar subida a él, decidí bajarme, pero primero me abrace muy fuerte y le di un beso en su cuello. Cuando ya estuve en el suelo le dije a Platero en el oído, ¡este será nuestro secreto, vale!, y así ha sido hasta ahora.

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